Nadie, que yo sepa, ha hablado mejor de las malas palabras que Fontanarrosa. Las palabrotas, como él observa, son palabras de peso. Firmes, no meras palabritas llevadas por el viento. Algunas son eternas, como las ofensas a la madre, a la masculinidad o a la virtud del que ha sido golpeado por una de ellas. Otras, locales o transitorias de un determinado lugar o período. Freud consideraba un innegable progreso cultural tirar una palabra en vez de una piedra, y por eso era tan cuidadoso cuando se trataba de seleccionar las suyas.
La “palabra subida de tono” que mejor define a los porteños en particular y a los argentinos en general, al menos cuando vistos desde afuera, y que vale tanto como una palmada amistosa en la espalda cuanto como una injuria. Me refiero, claro está, a boludo. La cuestión es que boludo (o “boluda”, aquí su etimología masculina se pierde con el uso) puede ser y no ser un insulto. Sino, veamos en “No seas boludo, Boludo”, el primero podría considerarse una invectiva y se refiere a algo que el interpelado ha dicho o hecho, mientras que el segundo es apenas un apodo campechano, como lo usan dos amigas que se encuentran en el Florida Garden: “¿Qué decís, Boluda?” “Bien, Boluda, ¿y vos?”
Una vez dije en chiste que “boludo” era una clase vacía, puesto que nadie, absolutamente nadie, admite ser miembro de tal clase. Los boludos son siempre los otros. Insinuaron que tal vez fuese yo el único boludo…
Del punto de vista de su lógica, “boludo” es lo inverso de “judío”. En este último caso, basta decirse tal para formar parte de la clase de los judíos. No hace falta ser portador de ningún trazo positivo (no, ni siquiera la circuncisión). En el caso de la boludez, es necesario y suficiente haber sido así calificado por algún otro. En ese sentido, la clase de los judíos se constituye por todos aquellos que se llaman a sí mismos de tal, y la de los boludos, por todos los que han sido así denominados. Y quién, en la Argentina, no ha sido llamado boludo alguna vez? Del judaísmo se diría que es la clase a la cual nadie quiere entrar (por eso, si alguien se declara miembro, no se le han de pedir más credenciales), y de la boludez, la clase de la que todos quieren salir.
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